Mi amiga Soozi y yo nos sentamos en la playa y mirábamos la espuma del mar que levantaba un rocío en forma de arcos. Al ver las olas que rompían una tras otra contra las rocas, Soozi afirmó: «Me encanta el mar. ¡Sigue moviéndose para que yo no tenga que hacerlo!».
Brenda iba caminando hacia la salida del centro de compras cuando un destello rosa en una vidriera la atrajo. Se detuvo y quedó sin habla ante un «colorido saco acolchado rosa». ¡A Julia le va a encantar! Su amiga y compañera de trabajo, y madre soltera, había tenido problemas financieros, y aunque Brenda sabía que Julia necesitaba un saco abrigado, estaba segura de que ella nunca gastaría dinero en comprarse algo así. Después de vacilar un poco, Brenda sonrió, tomó su billetera e hizo enviar el saco a la casa de Julia con una tarjeta anónima: «Con mucho amor». Y luego salió casi bailando hasta su auto.
María llevó su almuerzo de comida rápida a una mesa vacía. Cuando mordió su hamburguesa, sus ojos se cruzaron con los de un joven sentado a otra mesa a lo lejos. Tenía la ropa manchada, el pelo desaliñado y un vaso de papel vacío. Era evidente que tenía hambre. ¿Cómo podía ayudarlo? Darle dinero en efectivo no parecía sensato. Si le compraba comida y se la daba, ¿se sentiría avergonzado?
Un estudio del psicólogo Robert Emmons dividió a los voluntarios en tres grupos para que escribieran semanalmente en sus diarios. Un grupo escribió cinco cosas por las cuales estar agradecidos. Otro, cinco problemas diarios. Y un grupo de control, enumeró cinco acontecimientos que los impactaron un poco. Los resultados revelaron que los del grupo de gratitud se sentían mejor por sus vidas en general, eran más optimistas sobre el futuro y reportaban menos problemas de salud.
Algo se estaba comiendo mis flores. Recorrí el perímetro de mi jardín y descubrí un agujero del tamaño de un conejo en mi cerca de madera. Los conejos son bonitos, pero estos animales problemáticos pueden arrasar en minutos un jardín de flores.
Lacey Scott estaba en la tienda de mascotas cuando un pez triste en el fondo de la pecera le llamó la atención. Tenía las escamas negras y lesiones en todo el cuerpo. Lacey rescató al pez de diez años, y lo llamó «Monstruo» —por la ballena del cuento Pinocho— y lo puso en una pecera «hospital». Lentamente, Monstruo mejoró, empezó a nadar y creció. Sus escamas negras se volvieron doradas. Por el cuidado diligente de Lacey, ¡Monstruo fue hecho nuevo!
Asistí a la fiesta de cumpleaños de un familiar, donde la anfitriona había entretejido el tema de «cosas favoritas» en la decoración, los regalos… y la comida. Como a la cumpleañera le encantaba el bistec y la ensalada, eso fue lo que nos sirvió la anfitriona para comer. Las comidas favoritas dicen: «Te amo».
La dueña de un vivero decidió vender durazneros. Consideró diversas opciones. ¿Colocaría retoños llenos de hojas en sacos de arpillera en atractivos exhibidores? ¿Elaboraría un colorido catálogo mostrando durazneros en diferentes etapas de crecimiento? Finalmente, se dio cuenta de qué vende en realidad a un duraznero: los duraznos que produce; de olor dulce, anaranjado intenso y piel vellosa. La mejor manera de venderlo es arrancar un durazno maduro, abrirlo hasta que el jugo chorree por el brazo y convidarle un trozo a un cliente. Cuando prueben el fruto, querrán el árbol.
Cuando operaron a mi hermanito, me preocupé. Mi madre me explicó que había nacido con «lengua anclada» (anquiloglosia) y que, sin ayuda, podría tener problemas para comer y hablar. En sentido figurado, lengua anclada es una forma de referirse a no saber qué decir o ser demasiado tímido para hablar.
«Perdón», dijo Carolina, disculpándose por llorar. Después de la muerte de su esposo, se dedicó a cuidar a sus hijos adolescentes. Cuando la iglesia ofreció llevarlos de excursión un fin de semana para entretenerlos y que ella descansara, lloró de gratitud, disculpándose una y otra vez por sus lágrimas.